Ahora mismo soy un huracán hormonal con los sentimientos a flor de piel. No sé qué me pasa, o sí. No sé.
Por un lado soy un orco capaz de arrancar una cabeza de cuajo con una sola mano. Y por otro lado soy un pollito negro y llorón que piensa que nadie le quiere. Aunque en realidad voy más encaminada a parecerme a esto:
Ya me gustaría ser Wolverine... |
Una persona atormentada y solitaria con tanta mala hostia como para repartir.
Aunque bueno, sólo soy yo con un mal día... Con un mal día no, con una serie de malos días que han culminado con unos planes fallidos y una menstruación dolorosa e inoportuna. Estoy teniendo unos días peores que los días tetris. Y lo malo es que ni yo misma me soporto. No me gusta mi pelo, ni mi cara ni mi voz. Porque últimamente parezco la puta voz de la conciencia. Digo a todo el mundo lo que tiene que hacer y cómo tiene qué hacerlo. Y estoy tensa y soy incapaz de relajarme ni de dejarme llevar. Porque el sentido de la responsabilidad siempre está ahí, acechándome. Y yo la abofetearía hasta que le sangrara la nariz, pero claro, no sería lo correcto. Y estoy harta de que todo el mundo me grite. Mi padre, mi hermano y otra gente que no me debería de gritar, pero que también me grita. Vale, yo también grito, pero sólo a veces. ¿Por qué a la gente le cuesta tanto hacer las cosas bien? Quizás debería de pasar de todos. Sí, debería de hacer eso. Dedicarme sólo a mí y a los demás que les den morcillas, total, nadie me soporta y, por supuesto, nadie me hace caso. Lo que más rabia me da es que no puedo contar con nadie. Eso no es siempre así, no quiero tampoco pecar de injusta. Pero hoy, que es cuando lo necesito, no puedo contar con nadie. Y entonces he llorado y después he hiperventilado. Y llega un punto en el que yo misma me pido calma y me llamo imbécil. Si tuviera dinero me pagaría un psicólogo pero no lo tengo, así que una vez más recurro a este blog. Que siempre está ahí, como un espejo...
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