jueves, 23 de junio de 2011

Nombres inefables



Cuando iba al cole había una niña que me caía un poco mal por varios motivos. El primero de ellos es que era tonta, pero de remate. La típica niña repipi que no te deja la goma de borrar pero coge de tu mesa tu sacapuntas sin pedir permiso. El segundo motivo es el mismo, era tonta. Sacaba malas notas. Porque si fuera repipi pero brillante tendría un pase... El tercer motivo es que era un desastre en el deporte. Jugaba en mi equipo de baloncesto (sí, yo he jugado al baloncesto y además era pívot) y la tía era un paquete... Me acosaba jugando, cosa que me pone de los nervios, me pedía pases y cuando le pasabas parecía que tenía las manos de mantequilla. El cuarto motivo y más cruel de todos es que era muy fea. Tenía una nariz puntiaguda que sobresalía demasiados centímetros de su cara, la frente muy ancha, los ojos muy juntos y a pesar de que era delgada, el trasero lo tenía también puntiagudo, como de hormiga. El quinto motivo y la razón por la que escribo hoy es que encima de todo se llamaba Felicidad.

¿Cómo se le puede poner a un ser tan repelente el nombre de Felicidad? ¿Por qué una persona puede llevar el nombre de algo tan anhelado por el ser humano? ¿Por qué no le pusieron Apatía o Asco de tía?

Todos los bebés son bonitos, sí. Pero unos más que otros. Así que míralo bien durante un rato y piensa si de verdad merece la pena ponerle un nombre como Libertad, Esperanza, Fe, Paz o mi querida amiga Felicidad.

Es paradójico que Felicidad me hiciera desgraciada pero es que me caía tan mal que pensé que si la felicidad tenía su cara prefería ser una infeliz. Y así estoy desde entonces...