jueves, 14 de noviembre de 2013

Cosas que me dan miedo y no tengo interés en superar...

Cada vez que voy al médico me manda una analítica. Las agujas me dan terror. Y si tocan mis articulaciones más todavía.

Todo el mundo me dice que ya soy mayor para montar escenitas cada vez que me pinchan. Si pudiera evitarlo lo haría porque no soy tan payasa.

Cuando me operaron de la muela del juicio, el día de antes creía que me moría sólo de pensar en la anestesia, así que dos horas antes de la operación me tomé un litro y medio de tila (pero de tila buena recogida del campo, no de bolsita, que eso no hace nada). Fíjate si era tila buena que llegué al médico con una sonrisa tonta y mi madre me preguntó si me había drogado...

Pero con los análisis de sangre hay que ir en ayunas así que eso es otra historia... Mira que lo intento con todas mis fuerzas, pero nunca lo he conseguido. El terror se apodera de mí y hago el ridículo. La noche de antes empiezo con los retortijones estomacales, las arcadas y la taquicardia. Por supuesto no duermo prácticamente nada. Así que al día siguiente me presento en el médico pálida, ojerosa y temblorosa.

El lunes pasado hice mi espectáculo número cien. Lo gracioso es que esta vez estaba dispuesta a superarlo. Por la mañana hice ejercicios de respiración y me repetía una y otra vez que no pasaba nada. Fue sentarme en la sala de espera y ver cómo salía la gente con su algodoncito en el brazo y me volví una loca irracional. No paraba de repetirle a mi madre me quiero ir, me quiero ir, me quiero ir, por favor mamá, me quiero ir.

Y la guinda la puso una inútil de abuela, con todos mis respetos, pero era una inútil. Porque al salir dijo es que no me encontraban la vena. ¿Por qué siempre tiene que haber algún imbécil que comparte con los demás sus movidas que a nadie le importan? Quiero decir, yo soy una imbécil que comparte con los demás mis movidas que a nadie le importan, pero soy una imbécil que lo hace desde el respeto (a no ser que te vayan a pinchar mañana y ahora te estés mareando por mi culpa, pero no pasa nada, es sólo un pinchazo).

El caso es que escuché la palabra vena y todo mi entrenamiento mental desapareció. En cuanto dijeron mi nombre me puse más blanca de lo que soy y en plan llorona. La enfermera me regañó porque di un salto en la silla... y sólo me había tocado con el dedo...

Para resumir, los tres médicos que habían pararon de hacer su trabajo para atenderme a mí, una mujer adulta que se puso casi trasparente. Formé atasco y lo peor de todo, mis quejidos provocaron que los que se estaban pinchando en la misma habitación que yo se sintieran tan incómodos como para casi marearse (lo cual casi me halaga porque mi poder mental es superior a los que me rodeaban). Cuando salí al pasillo con mi algodoncito en el brazo sonreí a la gente que estaba esperando y dije ya estoy bien. Pero ellos no me devolvieron la sonrisa. Supongo que pensarían que era una imbécil y a nadie le importaba mis movidas.

El caso es que me esfuerzo y no lo consigo. Así que renuncio. Pase el tiempo que pase, me dará miedo pincharme y montaré escenas. No es tan grave... ¿o sí?

1 comentario:

Pablo Francisco dijo...

Tu historia me recuerda mucho a mí hermana, que le tiene fobia a las inyecciones debido a que cuando pequeña tuvo muchas amigdalitis y la penicilina-benzatina le salia por los ojos de tantas agujas jaja.
Cada cual tiene sus temores, algunos más raciones que otros, pero temores a fin de cuentas. Si yo estuviera en tu lugar, iría a terapia para poder superar la fobia porque según interpreto en tus palabras, es demasiado desagradable la sensación y no creo debas tenerla para toda la vida.
Saludos