Una mañana de domingo un pajarito se posó en mi ventana. Yo lo miraba desde la cama, bonita manera de despertarse, pensaba. El pajarito entró en mi habitación dando saltitos y mirando a su alrededor. Tenía prisa y buscaba algo. Hasta que lo encontró. No vi lo que cogió pero me pareció que era un reloj.
Igual que entró, salió. Y cuando caí en la cuenta de que aquel pajarito me había robado conscientemente, salí a buscarlo. Tan absorta estaba en mis asuntos que emprendí mi búsqueda en pijama. Y no sólo yo. Al poco tiempo otras personas, que también vestían pijama, se habían unido a mi aventura. Todos nos sentíamos como si nos faltara algo. Maldito pajarraco...
Y en lo alto del único árbol centenario de la ciudad estaba su nido. Y de todas las ramas colgaban nuestros objetos personales. Pero no alcanzábamos a cogerlos. A uno le había robado las ganas, a otro su inspiración... ¿y a ti qué te ha robado? me preguntaron...
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Mi...
tiempo... exclamé aterrada.